6/02/2012

Misión imposible 2012.



No es este un post más de adulación y ciega idolatría hacia AMLO o lo que representa. No soy un creyente, en ningún sentido de la palabra, de nada: mucho menos de un personaje político tan cuestionable como el propio Andrés Manuel, a quien si bien apoyé en 2006 tan contundentemente como pude, siempre lo hice desde el escepticismo en el que suelo posicionarme cuando se trata de liderazgos y personajes tan ambivalentes como los que transitan en el ámbito político mexicano. Para mí, votar y creer son verbos incompatibles y sobre todo en un país donde las lealtades son tan frágiles como débiles son los motivos que la gente abraza para apoyar a cualquiera. Así que yo siempre me desmarco de la idolatría. Siempre.

Y sí: México es un país en el que la mayoría de la gente se aproxima a las contiendas políticas como si se tratara de rivalidades futbolísticas o deportivas. Rara vez se analiza y se piensa: casi siempre se aplaude y se "hincha" por estos personajes, como si no estuviesen en juego todos los destinos de esta nación tan convulsa y fragmentada. Nuestros putos destinos, carajo. Como si eso fuera poco.

De hecho, si tuviera que describirme, tendría que admitir que soy una de esas personas que -por sobre todo- envidian la capacidad que el grueso de la población mundial parece tener para ejercer eso que denominan como "fe", "esperanza" o -sin ir tan lejos- incluso "entusiasmo". Envidio a los hinchas pamboleros, a los peregrinos de la basílica, a los que asisten a los mítines del PRI-PAN-PRD y realmente vociferan desde el fondo de su alma. Y es así que no me considero como uno más de los injustamente denominados pejezombies que, si bien muchas veces se describen bajo un estilo bastante consistente (niegan realidades tan claras como los garrafales errores que AMLO cometió tanto en el GDF como en la campaña de 2006 o en el conflicto postelectoral subsecuente), no son tampoco -todos ellos- personas fanáticas o ignorantes que carezcan de capacidad de crítica o autocrítica, sino -creo yo- responden más al impulso emocional que los obliga a desear un país mejor y cuya posibilidad de concreción atribuyen, ahí sí quizás de un modo muy ingenuo, a las capacidades de una sola persona (y en su caso particular, a Andrés Manuel). Eso es lo que no soy, pero tampoco y parafraseando la canción de Molotov, soy un pendejo.

Desapruebo como nadie el "caudillismo". O eso que normalmente se describe como "caudillismo mesiánico" y que sin duda pareciera ser una de las debilidades que se atribuyen a los tales "pejezombies". Yo creo, sin embargo, que el caudillismo "is in the eye of the beholder" (es de quien adjudica la fe, y no de quien resulta depositario de tales esperanzas). El caudillismo es un mal del elector mexicano, y no necesariamente del candidato elegible. Y considero, además, que el término "caudillo" está mal empleado, particularmente desde 2006, pues es más bien una condición que se otorga a posteriori, esto es, después de haber ejercido el poder o el liderazgo, y nunca antes.

La RAE (esa añeja institución a la que algunos todavía recurrimos a veces) define al caudillo como un "Hombre (vaya desviación machista) que dirige algún gremio, comunidad o cuerpo" o como una cabeza y guía que comanda un batallón en tiempos de guerra. Yo no veo a AMLO como un caudillo, cuando menos no en esta coyuntura electoral, porque creo honestamente que se ha despojado de forma importante de la soberbia egoica que lo impulsaba hace 6 años. Quizás haya sido Beatriz, su mujer, quien lo ha llevado a una postura más adaptable y elocuente en esta ocasión. Aunque me inclino a pensar que fue la muy negativa reacción que la clase media -estúpidamente o no- tuvo ante su postura postelectoral, lo que ha convertido a AMLO en una opción más inteligente y deseable de lo que nunca fue en 2006 (a pesar de que entonces también lo apoyé, claramente motivado por el deseo de que en este país comenzaran a atenderse las heridas profundas que han dejado tanto la desigualdad como el modelo neoliberal que hoy se sabe sobrepasado, sobre todo cuando se mira a Europa y Estados Unidos, lugares en los que hasta hace muy poco el capitalismo de Chicago parecía una vía incuestionable hacia el bienestar).

Sea lo que sea aquello que ha transformado a AMLO, tanto en la realidad como en la mente del electorado (hoy muy pocos electores "informados" se atreven a decir que solo los ignorantes "jodidos" lo respetan) y que parece haber atraído a tanta clase media, creo que lo importante está no sólo en el clarísimo hecho de que su campaña ha levantado hasta niveles insospechados hace apenas unos meses, sino que también en la sociedad parece nacer una nueva clase de electores que, lejos de esperar que las promesas se materialicen por arte de magia, están comprometidos con su construcción, primero, y luego con su vigilancia.

Junto con el avance de AMLO, hoy somos testigos del avance de una nueva nación crítica y que -gane o pierda- parece que sobrevivirá a esta campaña electoral y logrará instaurarse de forma contundente como un nuevo poder social que, si todo sale bien, logrará apropiarse de las herramientas democráticas necesarias para constituirse en un contrapeso real frente a la política del spot y la estupidez que representa muy fuertemente el príísmo y en la que el panismo ha estado jugando desde hace 12 años.

Con todo esto, lo que quiero afirmar es que los datos más recientes finalmente han resucitado mi esperanza en México y sus posibilidades. Hasta hace muy poco, pensaba que no existía forma alguna en la que los electores mexicanos despertaran de su letargo reciente y se involucraran mucho más activamente en la valoración de sus opciones políticas y en el ejercicio de sus libertades democráticas. El movimiento #YoSoy132, si bien reciente y en ocasiones naive, es -me parece- el despertar de un sector que México necesitaba desesperadamente si es que pretendía consolidarse como un país democrático y no como una caricatura del mismo. Esta juventud que hoy se abalanza sobre las calles, las paredes, las redes sociales y las vitrinas informáticas, es un respiro de esperanza y posibilidades que -espero- esté preparado para todos los escenarios que pudieran venir en los próximos días. Si el estirón de AMLO no alcanza a llegar a los niveles necesarios para ganar contundentemente las próximas elecciones (cosa que honestamente todavía veo difícil), espero con toda esperanza -valga la rebuznancia- que todo el ímpetu y la motivación que supura esta nueva expresión social que estamos atestiguando no se quede en la clásica llamarada de petate que muchas veces define a los movimientos sociales recientes. Las batallas monumentales se componen de muchas derrotas y victorias pequeñas, medianas, enormes. Las guerras monumentales -entonces- se ganan sólo con paciencia y persistencia. Y estando ahí: Nunca a control remoto (pregúntenle a los gringos en Irak).

En el caso de que legítimamente o no, el 1º de Julio los antipriístas seamos vencidos por la maquinaria nauseabunda de esta mafia tan vieja como la nación, será nuestro deber cívico, ético y monumental el no rendirnos cómodamente para volver entonces a la pasividad de siempre. A esto le apuestan el PRI, Peña Nieto y todo el establishment mediático que claramente le apoyan: Hoy están muy nerviosos pero aún por delante. Y cuentan con la complicidad de las instituciones para lograr las pequeñas desviaciones electorales, aquí y allá, que quizás necesiten el 1º de Julio, en caso de que la votación sea tan cerrada como parece que vendrá. Si el antipriísmo no logra una ventaja contundente, los grandes capitales seguramente ganarán gracias a los contubernios que tienen apalabrados desde hace años con el aparato electoral y mediático al que han infiltrado desde que el proyecto EPN se convirtió en una realidad. Realidad a la que -como puede verse en cada calle de cada ciudad- le han apostado una cantidad insultante de dinero flamígero que no cesa de desbordar las arcas de televisoras, periódicos, etcétera, etcétera, etcétera.

Es así que en este último mes de la contienda, y contra todo lo que pensaba hace unos meses, todos los que  despreciamos el priísmo y lo que representa estamos obligados a quintuplicar esfuerzos para lograr que nuestro mensaje llegue a quienes debe llegar. Y el mensaje es muy simple: Un México regresando al PRI es un México perdido, quizás por muchos años más. Y para que esto ocurra, es necesario ir más allá de las redes sociales y las universidades: A muchos de mis más queridos activistas se les olvida que sólo 1 de cada 10 mexicanos termina la universidad. O que sólo 4 de cada 10 tienen un acceso constante a internet. Y que de esos 4, un porcentaje mínimo acude a la red para cosas distintas al simple y llano entretenimiento.

La misión, Jims, si decidimos aceptarla, es convencer a los inconvencibles y no seguir predicando entre nuestros comunes. En las florerías, en los taxis, en las tiendas, en los mercados, ES NECESARIO PERDER EL MIEDO y hablarle a la gente de frente. No temer preguntarle a cualquiera ¿por quién piensa votar? Y en caso de que respondan sin inhibiciones: "Por el PRI", ser elocuentes y recordarles cómo era el México del PRI y quiénes, de entre todos los que han manoseado este país, inventaron la pobreza y la criminalidad que existen hoy.

Mi voto es hoy claramente por AMLO. Los motivos están expuestos en el post anterior y no voy a repetirlos. Pero sí diré que no creo que él -por sí solo- sería capaz de nada. Creo en la incipiente posibilidad que su instauración como presidente podría brindarnos para PARTICIPAR del cambio, a diferencia de lo que ocurre desde hace 24 años, con los Chicago boys. Y créanme: también le temo a los priístas de vieja escuela que se le han acercado recientemente o a los que ha recurrido para revitalizar su campaña del modo que lo ha hecho. Pero, honestamente, creo que él mismo sabe que su repunte es mucho más un resultado espontáneo y ciudadano, que una estrategia que nadie haya ideado dentro de su búnker electoral. Y por tanto, difícilmente podría traicionar a una población tan desinhibida y participativa como la que está pugnando por él en las calles desde hace unas cuantas semanas. Tenemos el poder de elegirlo, sí, pero también de destruirlo rápidamente. A él y a Bartlett y a Camacho Solís y a quien sea. Eso es lo que ha despertado en un pequeño pedazo de México y espero, con toda honestidad, que no sea un mensaje democrático que termine por autodestruirse en cinco segundos.

¿Misión imposible? Ya veremos.