10/17/2007

Sencillamente...

Uno siempre podría empecinarse para explicar algo que es muy sencillo. ¿Por qué es más sensato ser de izquierda que ser de derecha? Por una muy inequívoca razón: Porque es lo correcto.

Sin embargo, y como la derecha siempre ha tratado de apegarse a la moralidad que le resulte más pragmáticamente conveniente, este argumento no es tan fácil de definir como parece.

Pero sí. Es eminentemente sencillo. Y en esa obviedad es en la que tantos y tantos grupos sociales se asfixian para explicar a un ser tan estúpido como certero, cual resulta Hugo Chávez. O tan gris pero tan pragmático como lo ha sido Néstor Kirchner.


¿En qué radica el corazón de la problemática? En que, mal o bien, el bienestar de los muchos casi siempre depende del sacrificio de los pocos. Pensemos en Francia: Su esquema fiscal e impositivo resultaría inaceptable para muchos de los "otros" países de occidente. Sin embargo, su democracia funciona. Y no sólo funciona: Incluso los conservadores han ostentado el poder desde hace más de doce años. Y aunque muchas cuestiones relativas a la política exterior de ese país, han cambiado, lo cierto es que el nivel de vida y las condiciones laborales se han mantenido casi intactas. ¿Por qué? Porque Francia no le tiene miedo a la democracia. ¿Cómo? A través de una participación social que muchos países podrían envidiarle.

Pensemos no sólo en la salud, sino en cualquier otro síntoma social digno de la manifestación. En México, desde que tengo memoria, todos aquellos que se atreven a tomar las calles son inmediatamente catalogados como "perredistas" violentos. Irrespetuosos, rebeldes frente a las instituciones. Insalvables.

Y sin embargo, en México nunca se ha escalado ninguna violencia capaz de reventar 15 automóviles en una semana. Nunca esas "violencias" han pasado de las calles. Nunca ninguna de estas violencias ha realmente "parado" el país. Pero eso sí: Los muchos gobiernos no han reparado en bautizarlas como grandes desestabilizadoras de la nación, para luego reprimirlas a mano limpia, o a guante sucio.

Realmente estamos muertos. No somos mejores que Guatemala o El Salvador, ni siquiera Honduras, al menos en lo que a democracia se refiere. Estamos mal, estamos locos. Y aunque nuestra condena sea la de prestar atención, eso no habrá de salvarnos mayormente. No somos nada. Y no lo somos, porque no lo queremos.

México no tiene rango de juego. Ni mucho menos lo tiene Estados Unidos. Como bien dice Michael Moore, en su último documental, el imperio y sus cachorros sólo esperan el momento en el que puedan desesperanzar a la gente. Porque ciertamente es más manejable aquel pueblo aterrado de sus gobernantes -ese, comprador de armas que pretenden hacerle sentir en control- que aquel "otro" gobierno, ese realmente aterrado de sus pobladores: porque son capaces de diferir, discernir, pensar y concluir.

Y por eso es que nos enfrentamos ante un monstruo jamás antes visto. El monstruo de la conformidad y el desdén por los demás. El monstruo del silencio y del ya veremos. El monstruo del ahora. El monstruo de la nada.

Estamos condenados a morir. Aún en las mejores ciudades del mundo. Aún en Manhattan y en Brooklyn: No hay nada que podamos hacer frente a la insalvable realidad de que vamos a quedarnos sólos, o a dejar sólos a aquellos que nos quieren: Vamos a morir bajo nuestra propia voluntad. La voluntad del desarrollo. El camino del futuro, la industria, el deseo. Todo sepultado bajo la inviabilidad de ser todos protagonistas. Porque no se puede. Porque realmente, no hay cabida para todas las historias.

Pero no importa. Persistiremos. Callaremos. Continuaremos. Nos creeremos soldados, rescatistas, merecedores de la atención. Michael Moore's de petatiux.


Aunque al final, siempre retumbe el mismo epitafio: "Hasta la victoria siempre". Y aunque Disney diga "Y más allá".

Al cabo de eso estamos hechos.